(Alocución pronunciada el 12 de septiembre de 2012, en el ciclo de psicoanálisis y cultura organizado por la Universidad Nacional de Tres de Febrero)
Al momento de buscar la vinculación del psicoanálisis con la fotografía, se me ocurre comenzar desde el instante mismo de la aprehensión de los objetos por la mirada. La fenomenología ha intentado encontrar un grado cero de la percepción, que sería anterior a cualquier concepto; anterior incluso al lenguaje. Dice Maurice Merleau Ponty en el prólogo a la Fenomenología de la percepción:
En el silencio de la conciencia originaria vemos aparecer, no sólo lo que quieren decir las palabras, sino, más aún, lo que quieren decir las cosas, el nudo de significación primaria en torno del que se organizan los actos de denominación y expresión.
A Merleau Ponty le interesa la percepción porque busca atrapar en ella lo que se dio en llamar el fenómeno, siguiendo el camino trazado por Husserl en la búsqueda de una piedra angular para la filosofía. El fenómeno ocupa en el sistema de Husserl un lugar análogo al que ocupaba en Descartes el cogito, es decir esa idea, a la vez, primera y cierta: pienso, luego: existo.
Para la fenomenología, existe algo anterior al pensar, que es la experiencia directa del mundo, sin mediación del lenguaje. Ahora bien, nos preguntamos si esto es posible. ¿Acaso la percepción no implica ya algún tipo de operación sobre el campo de los estímulos? Un ejemplo sería el recorte de una porción de la imagen total a partir del direccionamiento de la mirada, o el establecimiento de una figura y un fondo entre los objetos que componen el cuadro. En ese sentido, la cámara fotográfica no es más que una especie de prótesis de nuestra mirada, y funciona de un modo análogo. ¿Desde qué lugar se harían estas operaciones si no fuera desde algún aparato conceptual, por más rudimentario que este fuese?
Esto es lo que señala Lacan al plasmar en su estadio del espejo un momento crucial de la constitución subjetiva. Sostiene este autor que, por la discordancia y la incoordinación en el hombre de las pulsiones y de las funciones por un lado, y la incompletud del sistema senso-perceptor, por otro, el niño percibe su cuerpo como desmembrado, dislocado. Sólo adquiere unidad imaginaria a partir de que empieza a percibirse a sí mismo como una totalidad, en el espejo. Ahora bien, y acá viene lo que queríamos apuntar: esta percepción sólo puede darse sobre un andamiaje simbólico que es aportado por quien tiene a su cargo la función materna. Dice Lacan:
Lo que se manipula en el triunfo del hecho de asumir la imagen del cuerpo en el espejo, es ese objeto evanescente entre todos por no aparecer sino al margen: el intercambio de las miradas, manifiesto en el hecho de que el niño se vuelva hacia aquel que lo asiste, aunque sólo fuese por asistir a su juego. El seminario sobre La carta robada, Escritos, 1956.
De esta forma, y a través de un deseo que, inevitablemente, está articulado en el lenguaje, en lo simbólico, el cuerpo del niño es libidinizado por la mirada de la madre, adquiriendo así la unidad que da origen al yo. Otro de los efectos inevitables de este estadio es el de una alienación primordial, ya que al lograrse esa unidad del cuerpo sobre la apoyatura de una imagen, se da al mismo tiempo en un lugar exterior a sí mismo. Esto tendrá, como saben, graves consecuencias en términos de la neurosis. Más que una adquisición del lenguaje, lo que se da en el proceso de constitución subjetiva es que terminamos “siendo hablados” siendo atravesados por ese orden simbólico que algunos llaman el discurso del Otro. Ese registro implica también un tiempo particular:
Me identifico en el lenguaje pero sólo perdiéndome en él como objeto. Lo que se realiza en mi historia no es el pretérito definido de lo que fue, puesto que ya no es; ni siquiera el perfecto de lo que ha sido en lo que yo soy, sino el futuro anterior de lo que yo habré sido para lo que estoy llegando a ser. Jacques Lacan, Función y campo de la palabra en psicoanálisis", en Escritos 1. Traducción Tomás Segovia. Siglo XXI, Argentina, 1985.
Paralelamente, señala Barthes:
Yo leo al mismo tiempo: esto será y esto ha sido; observo horrorizado un futuro anterior en el que lo que se ventila es la muerte. Dándome el pasado absoluto de la pose (aoristo), la fotografía me expresa la muerte en futuro. Lo más punzante es el descubrimiento de esta equivalencia. (op. cit. Pag. 146)
Así las cosas, a mí me parece que la fotografía es una forma particular de escritura poética, cercana al Haiku y, en general, al objetivismo. Esa es, de hecho, mi experiencia. Y lo más interesante en ella es la idea de trabajo, pero al estilo freudiano (como en el trabajo del sueño, el trabajo del duelo, etc.) uno que, al menos en una primera instancia, no es del todo consciente y se deja tomar por un discurso que proviene de lo que Freud designaba en La interpretación de los sueños como "la otra escena". Creo que esto es absolutamente necesario, tanto en la lectura como en la escritura, tanto en el mirar como en el tomar fotografías. Como señala Umberto Eco en su Obra abierta, queda claro que del lado, digamos, de la recepción, hay un trabajo análogo al de la producción artística y por eso es bastante cierto eso de que un lector es, en parte, ya un escritor en ciernes. En este sentido, es muy relativa la distinción entre fotógrafos profesionales y amateurs. Al respecto, otra vez, Roland Barthes:
De ordinario el amateur es definido como una inmaduración del artista: como alguien que no puede –o no quiere elevarse hasta la maestría de una profesión. Pero en el campo de la práctica fotográfica es el amateur, por el contrario, quien asume el carácter de profesional: pues es él quien se encuentra más cerca del noema de la Fotografía. “La cámara lúcida”
La fotografía, obviamente, no carece de especificidad. Creo que los significantes son los matices reconocibles de la luz, por un lado, y de la forma, por otro. Sobre eso se sobreimprime un relato, que es secundario, lo que no significa que sea irrelevante, sino que está en oposición a algo primario, eso que Barthes , a partir de Husserl, llama el noema, la médula inmanente y trascendente de la fotografía.
Ahora bien; si la fotografía es una forma de escritura, la introducción del color es análoga a una adición de significantes, por ejemplo, de adjetivación, lo cual no necesariamente resulta en un enriquecimiento de la capacidad expresiva, ni de la experiencia artística. Dice Roland Barthes en su hermoso trabajo:
La fotografía es literalmente una emanación del referente. De un cuerpo real, que se encontraba allí, han salido unas radiaciones que vienen a impresionarme a mí, que me encuentro aquí; importa poco el tiempo que dura la transmisión; la foto del ser desaparecido viene a impresionarme al igual que los rayos diferidos de una estrella. Una especie de cordón umbilical une el cuerpo de la cosa fotografiada a mi mirada: la luz, aunque impalpable, es aquí un medio carnal, una piel que comparto con aquel o aquella que han sido fotografiados.
Y más adelante agrega:
Es quizá por el hecho de que me encanta (o me ensombrece) saber que la cosa de otro tiempo tocó realmente con sus radiaciones inmediatas (sus luminancias) la superficie que a su vez toca hoy mi mirada, por lo que no me gusta demasiado el Color. (…) El Color es para mí un postizo, un afeite (como aquellos que se les prodiga a los cadáveres). Puesto que lo que me importa no es la “vida” de la foto (noción puramente ideológica), sino la certeza de que el cuerpo fotografiado me toca con sus propios rayos, y no con una luz sobreañadida.
Creo que lo que buscamos en una fotografía es lo particular absoluto, lo irrepetible. Esto requiere una forma particular de atención. Como parte de la concepción temporal de la civilización moderna, se suele emplear una sola palabra para designar el "tiempo". Parece que los griegos tenían dos: Chronos y Kayros. Chronos es el tiempo del reloj, el tiempo medible. Kayros, es el momento justo, no el tiempo cuantitativo, sino el tiempo cualitativo de la ocasión, la experiencia del momento oportuno. A la oportunidad los griegos la representaban como una bella mujer con su largo cabello atado en una trenza. Ahora bien; esta trenza no caía, como lo hace usualmente, hacia atrás, sino hacia adelante. El significado de esto es evidente: la oportunidad debe ser prevista y atrapada mientras la vemos acercarse; un poco después, quizá sea tarde. La actitud de atención flotante es fundamental en el fotógrafo, como en el analista y, aunque de un modo algo distinto, en el poeta:
(la) técnica es muy simple. Desautoriza todo recurso auxiliar, aún el tomar apuntes, (…) y consiste meramente en no querer fijarse en nada en particular y en prestar a todo cuanto uno escucha la misma atención parejamente flotante. Sigmund Freud, Consejos al médico sobre el tratamiento psicoanalítico. En Obras Completas, Vol. XII, Amorrortu ediciones.
Para terminar, quiero compartir con ustedes un texto, producto de esa atención parejamente flotante, designada por Freud y dirigida a la propia memoria:
hay una piedra a orillas del río
el agua siente la presencia muda
que se deja abrigar
por esa manta y sueña
con el mar, pero está sola
en la pampa que esmerila
las patas de los caballos
mañana, quizás
alguno se arrime para beber
y la aplaste
bajo su peso firme
mientras tanto, el agua
se pliega en círculos alrededor
(de Un rastrojero bajo el sol, ed. Huesos de Jibia, 2007)
Muchas gracias
Buenos Aires, 9 de septiembre de 2012
Era como si indagase la naturaleza de un verbo que no tuviese infinitivo y que sólo se pudiese encontrar provisto de un tiempo y de un modo. Roland Barthes, La cámara lúcida. (foto: G. G.) |
Al momento de buscar la vinculación del psicoanálisis con la fotografía, se me ocurre comenzar desde el instante mismo de la aprehensión de los objetos por la mirada. La fenomenología ha intentado encontrar un grado cero de la percepción, que sería anterior a cualquier concepto; anterior incluso al lenguaje. Dice Maurice Merleau Ponty en el prólogo a la Fenomenología de la percepción:
En el silencio de la conciencia originaria vemos aparecer, no sólo lo que quieren decir las palabras, sino, más aún, lo que quieren decir las cosas, el nudo de significación primaria en torno del que se organizan los actos de denominación y expresión.
A Merleau Ponty le interesa la percepción porque busca atrapar en ella lo que se dio en llamar el fenómeno, siguiendo el camino trazado por Husserl en la búsqueda de una piedra angular para la filosofía. El fenómeno ocupa en el sistema de Husserl un lugar análogo al que ocupaba en Descartes el cogito, es decir esa idea, a la vez, primera y cierta: pienso, luego: existo.
Para la fenomenología, existe algo anterior al pensar, que es la experiencia directa del mundo, sin mediación del lenguaje. Ahora bien, nos preguntamos si esto es posible. ¿Acaso la percepción no implica ya algún tipo de operación sobre el campo de los estímulos? Un ejemplo sería el recorte de una porción de la imagen total a partir del direccionamiento de la mirada, o el establecimiento de una figura y un fondo entre los objetos que componen el cuadro. En ese sentido, la cámara fotográfica no es más que una especie de prótesis de nuestra mirada, y funciona de un modo análogo. ¿Desde qué lugar se harían estas operaciones si no fuera desde algún aparato conceptual, por más rudimentario que este fuese?
Esto es lo que señala Lacan al plasmar en su estadio del espejo un momento crucial de la constitución subjetiva. Sostiene este autor que, por la discordancia y la incoordinación en el hombre de las pulsiones y de las funciones por un lado, y la incompletud del sistema senso-perceptor, por otro, el niño percibe su cuerpo como desmembrado, dislocado. Sólo adquiere unidad imaginaria a partir de que empieza a percibirse a sí mismo como una totalidad, en el espejo. Ahora bien, y acá viene lo que queríamos apuntar: esta percepción sólo puede darse sobre un andamiaje simbólico que es aportado por quien tiene a su cargo la función materna. Dice Lacan:
Lo que se manipula en el triunfo del hecho de asumir la imagen del cuerpo en el espejo, es ese objeto evanescente entre todos por no aparecer sino al margen: el intercambio de las miradas, manifiesto en el hecho de que el niño se vuelva hacia aquel que lo asiste, aunque sólo fuese por asistir a su juego. El seminario sobre La carta robada, Escritos, 1956.
De esta forma, y a través de un deseo que, inevitablemente, está articulado en el lenguaje, en lo simbólico, el cuerpo del niño es libidinizado por la mirada de la madre, adquiriendo así la unidad que da origen al yo. Otro de los efectos inevitables de este estadio es el de una alienación primordial, ya que al lograrse esa unidad del cuerpo sobre la apoyatura de una imagen, se da al mismo tiempo en un lugar exterior a sí mismo. Esto tendrá, como saben, graves consecuencias en términos de la neurosis. Más que una adquisición del lenguaje, lo que se da en el proceso de constitución subjetiva es que terminamos “siendo hablados” siendo atravesados por ese orden simbólico que algunos llaman el discurso del Otro. Ese registro implica también un tiempo particular:
Me identifico en el lenguaje pero sólo perdiéndome en él como objeto. Lo que se realiza en mi historia no es el pretérito definido de lo que fue, puesto que ya no es; ni siquiera el perfecto de lo que ha sido en lo que yo soy, sino el futuro anterior de lo que yo habré sido para lo que estoy llegando a ser. Jacques Lacan, Función y campo de la palabra en psicoanálisis", en Escritos 1. Traducción Tomás Segovia. Siglo XXI, Argentina, 1985.
Paralelamente, señala Barthes:
Yo leo al mismo tiempo: esto será y esto ha sido; observo horrorizado un futuro anterior en el que lo que se ventila es la muerte. Dándome el pasado absoluto de la pose (aoristo), la fotografía me expresa la muerte en futuro. Lo más punzante es el descubrimiento de esta equivalencia. (op. cit. Pag. 146)
Así las cosas, a mí me parece que la fotografía es una forma particular de escritura poética, cercana al Haiku y, en general, al objetivismo. Esa es, de hecho, mi experiencia. Y lo más interesante en ella es la idea de trabajo, pero al estilo freudiano (como en el trabajo del sueño, el trabajo del duelo, etc.) uno que, al menos en una primera instancia, no es del todo consciente y se deja tomar por un discurso que proviene de lo que Freud designaba en La interpretación de los sueños como "la otra escena". Creo que esto es absolutamente necesario, tanto en la lectura como en la escritura, tanto en el mirar como en el tomar fotografías. Como señala Umberto Eco en su Obra abierta, queda claro que del lado, digamos, de la recepción, hay un trabajo análogo al de la producción artística y por eso es bastante cierto eso de que un lector es, en parte, ya un escritor en ciernes. En este sentido, es muy relativa la distinción entre fotógrafos profesionales y amateurs. Al respecto, otra vez, Roland Barthes:
De ordinario el amateur es definido como una inmaduración del artista: como alguien que no puede –o no quiere elevarse hasta la maestría de una profesión. Pero en el campo de la práctica fotográfica es el amateur, por el contrario, quien asume el carácter de profesional: pues es él quien se encuentra más cerca del noema de la Fotografía. “La cámara lúcida”
La fotografía, obviamente, no carece de especificidad. Creo que los significantes son los matices reconocibles de la luz, por un lado, y de la forma, por otro. Sobre eso se sobreimprime un relato, que es secundario, lo que no significa que sea irrelevante, sino que está en oposición a algo primario, eso que Barthes , a partir de Husserl, llama el noema, la médula inmanente y trascendente de la fotografía.
Ahora bien; si la fotografía es una forma de escritura, la introducción del color es análoga a una adición de significantes, por ejemplo, de adjetivación, lo cual no necesariamente resulta en un enriquecimiento de la capacidad expresiva, ni de la experiencia artística. Dice Roland Barthes en su hermoso trabajo:
La fotografía es literalmente una emanación del referente. De un cuerpo real, que se encontraba allí, han salido unas radiaciones que vienen a impresionarme a mí, que me encuentro aquí; importa poco el tiempo que dura la transmisión; la foto del ser desaparecido viene a impresionarme al igual que los rayos diferidos de una estrella. Una especie de cordón umbilical une el cuerpo de la cosa fotografiada a mi mirada: la luz, aunque impalpable, es aquí un medio carnal, una piel que comparto con aquel o aquella que han sido fotografiados.
Y más adelante agrega:
Es quizá por el hecho de que me encanta (o me ensombrece) saber que la cosa de otro tiempo tocó realmente con sus radiaciones inmediatas (sus luminancias) la superficie que a su vez toca hoy mi mirada, por lo que no me gusta demasiado el Color. (…) El Color es para mí un postizo, un afeite (como aquellos que se les prodiga a los cadáveres). Puesto que lo que me importa no es la “vida” de la foto (noción puramente ideológica), sino la certeza de que el cuerpo fotografiado me toca con sus propios rayos, y no con una luz sobreañadida.
Creo que lo que buscamos en una fotografía es lo particular absoluto, lo irrepetible. Esto requiere una forma particular de atención. Como parte de la concepción temporal de la civilización moderna, se suele emplear una sola palabra para designar el "tiempo". Parece que los griegos tenían dos: Chronos y Kayros. Chronos es el tiempo del reloj, el tiempo medible. Kayros, es el momento justo, no el tiempo cuantitativo, sino el tiempo cualitativo de la ocasión, la experiencia del momento oportuno. A la oportunidad los griegos la representaban como una bella mujer con su largo cabello atado en una trenza. Ahora bien; esta trenza no caía, como lo hace usualmente, hacia atrás, sino hacia adelante. El significado de esto es evidente: la oportunidad debe ser prevista y atrapada mientras la vemos acercarse; un poco después, quizá sea tarde. La actitud de atención flotante es fundamental en el fotógrafo, como en el analista y, aunque de un modo algo distinto, en el poeta:
(la) técnica es muy simple. Desautoriza todo recurso auxiliar, aún el tomar apuntes, (…) y consiste meramente en no querer fijarse en nada en particular y en prestar a todo cuanto uno escucha la misma atención parejamente flotante. Sigmund Freud, Consejos al médico sobre el tratamiento psicoanalítico. En Obras Completas, Vol. XII, Amorrortu ediciones.
Para terminar, quiero compartir con ustedes un texto, producto de esa atención parejamente flotante, designada por Freud y dirigida a la propia memoria:
hay una piedra a orillas del río
el agua siente la presencia muda
que se deja abrigar
por esa manta y sueña
con el mar, pero está sola
en la pampa que esmerila
las patas de los caballos
mañana, quizás
alguno se arrime para beber
y la aplaste
bajo su peso firme
mientras tanto, el agua
se pliega en círculos alrededor
(de Un rastrojero bajo el sol, ed. Huesos de Jibia, 2007)
Muchas gracias
Buenos Aires, 9 de septiembre de 2012
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